El mito es un producto del pensamiento y la mitomanía es un característica dominante en la mente del hombre. El mito emerge en el hombre como una superación sobre la bestia, cuando trata de explicarse el caos sensorial, hace el cosmos, es decir, crea el mito.
Aquí debemos agregar que la aptitud mitogética está vinculada a la aparición de las categorías mentales de relación, cualidad y cantidad; siendo de esta manera, ésta, la teoría con la que interpreta la naturaleza y con el transcurso del tiempo, será el instrumento que le servirá para explorar su propia intimidad.
La supervivencia folklórica de los mitos, su influencia y pertenencia a las civilizaciones más antiguas, son como fragmentos de razonamientos (retazos) que se ha asimilado de esta rudimentaria capacidad citogenética del primitivo.
El mito aparece en la infancia: el niño es, por naturaleza, fabulador, mitómano. El principio del placer que está en la base de su egocentrismo le estimula (impele) a interpretar la realidad deformándola: el palo de escoba es un caballo, él mismo es un caballero valiente y los árboles son gigantes. La mente infantil fabrica mitos, crea la realidad, una realidad que es la proyección de sus deseos y apetencias.
Asimismo en la alineación volvemos a encontrar la mitomanía: el delirio es un producto de la aptitud citogenética. Parecería abonar este criterio el hecho bastante frecuente de la disolución de los delirios en ciertos alienados dementizados.
El hombre de ciencia, al igual que el primitivo y el niño, es un fabricante de mitos. Los mitos tienen características mágicas, son fantásticas y sobrenaturales; en la poesía, son de filiación estética y tonalidad sentimental; en la ciencia, el mito es coherente e implica una intención explicativa o exegetita, la cosmogonía de newton fue un mito fecundo para la técnica y el progreso humano. Pero una teoría científica vale mientras sirve para explicar los hechos y la de newton fue sustitutita por la de la relatividad, mito moderno de mayor valor heurístico. Pero tanto una como otra, no pueden trascender su ámbito teórico.
Por tanto podemos decir que, el mito del delirante se origina en una creencia psicoafectiva carente de crítica. El edificio teórico que construya puede ser coherente en sus recíprocas ensambladuras, pero sus cimientos son un tembladeral: la falacia o el sofisma están, casi siempre, en la base del mito paranoico.
En el niño, la característica dominante es la falta de crítica, la escasa elaboración lógica y la predominancia de elementos fantásticos y oníricos.
En el caso del poético está orientado por la psicoafectividad y su esencia es estética pero bipolar: individual y colectiva. Por eso la creación artística se consuma en la subjetividad, pero la estimación estética supone el valor colectivo sin el cual la obra de arte seria inabordable.
Por otra parte, el mito del hombre de ciencia implica coherencia, sistematización y orden. Su finalidad es social y debe ser fecundo ya que la labor científica encuentra su justificación en sus proyecciones colectivas.